Fuente: elplural.com
Autor: Julio Ortega Fraile
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Estos días y a raíz de la justa difusión que ha tenido en diferentes medios de comunicación el monstruoso Torneo del Toro de la Vega celebrado en Tordesillas recientemente, no paro de escuchar ni dejo de leer comentarios esgrimidos por los que defienden la continuidad de esas tradiciones y de los hacen lo propio con las corridas de toros.
Por supuesto que referencias a términos como cultura, educación o arte las utilizan con machacona insistencia, como si dotar a lo que es simple y llanamente una tortura con esos calificativos le otorgase una legitimación que en modo alguno posee al menos desde el punto de vista ético y moral. Cierto es que sí goza de forma incomprensible todavía de esa inmunidad legal que en el fondo, es lo único que ampara el que se sigan celebrando, pero esta gente, que ve como de forma continua y muy acelerada en los últimos tiempos, el rechazo social mayoritario es más que evidente y tanto en la prensa, como en la radio y la televisión la información desde la crítica a estas barbaridades ocupa cada vez más tiempo y las cámaras llegan a más rincones, - aquellos en los que antes llevaban a cabo sus sangrientas costumbres sin que trascendiese más allá de la localidad en cuestión -, saben que es sólo cuestión de tiempo el que se borre el párrafo del Código en el que clavarle lanzas a un toro, perseguirlo con tractores, destrozarlo hasta acabar con su vida a base de picas, banderillas y estoques o apalear hasta la muerte a una vaquilla, es un acto permitido, que no se considera maltrato animal y en muchos casos que recibe ayudas oficiales por parte de comunidades y ayuntamientos. Llegados a este punto, como la sed de provocar y contemplar el sufrimiento ajeno no hay metadona que la atenúe, permanecen enfrascados en un intento desesperado de preservar sus aberrantes aficiones recurriendo a razones que atentan contra la cordura, la inteligencia y el raciocinio, mostrando con su utilización un desprecio infinito no sólo ante el animal, pues éste muere a sus manos y ese episodio habla por si solo, sino ante una Sociedad a la que parecen considerar imbécil cuando pretenden que se crea sus explicaciones.
Saltan desquiciados de un absurdo a otro mayor; así tan pronto dicen que sus tradiciones son una expresión artística sublime y uno de los últimos vestigios de hábitos históricos que no se pueden perder, invitando a toda la gente a que asista a ellos y los conozca mejor para así entenderlos y defenderlos como ellos, como al rato siguiente, en postura desafiante y bravucona, aseguran que es “su” fiesta, que al que no le guste que no vaya pero que nadie se meta con ella porque a los demás no les incumbe ni tienen derecho a criticarla. Y así están estos adeptos al martirio de otros, exhibiendo su verdadero rostro cuando amenazan a periodistas, agreden a activistas e impiden que se recojan imágenes de sus carnicerías. Yo tengo una pregunta y me gustaría que fuese respondida por algún responsable desde la Junta de Castilla y León: ¿cómo es posible que dicho Organismo haya declarado el Toro de la Vega de interés regional y sea imposible, año tras año, tomar fotografías o grabar el momento en el que el toro recibe el lanzazo definitivo y mortal así como de su agonía?. Señores políticos, cuando desde instancias oficiales se otorga tal denominación honorífica, con los privilegios que ello conlleva, a un acontecimiento celebrado en nuestro País es porque se considera que ofrece interés real, atractivo turístico y, remarco lo siguiente, trascendencia en los medios de comunicación; pues bien, ya me explicarán si quieren, que no lo harán, cómo puede casar el requisito de divulgación mediática con el ocultismo e impedimento físico real y repetido para obtener un testimonio gráfico de lo que se supone el momento más álgido y crucial de la Celebración.
Y no quiero olvidar uno de los argumentos empleados por aficionados a estas costumbres y por taurófilos defensores de las corridas de toros. Hasta la saciedad repiten cada vez que se pronuncian sobre este tema una frase que puesta en su boca, podría figurar como máximo exponente de cinismo, falsedad e incongruencia. Aseguran, sin que les caiga la cara de vergüenza, que son los que más aman al toro, que ni un solo activista por los derechos de los animales lo quiere tanto como ellos y dicen no sólo apreciar inmensamente a esa criatura, sino que afirman respetarlo por encima de todo. Si semejante manifestación fuese hecha por el que mata a su pareja o por el que quema un monte, garantizando que adoraba a la chica asesinada en el primer caso o que veneraba a los árboles calcinados en el segundo, no podríamos reírnos del disparate por que no deja de esconder una tragedia, pero sin duda el asombro haría que la boca y los ojos se nos quedaran del tamaño del boquete de una de las múltiples heridas que recibe un toro en estos actos.
No espero juicio, sinceridad, ni sensibilidad de quien tiene “valor” para ensartarle una lanza a un toro herido y acorralado, ni de quien lo atropella con una excavadora o del que disfruta viendo esas salvajadas y otras similares. Pero creo que como la gran mayoría de los ciudadanos de este País, tengo el derecho a esperar y exigir de los que dictan las leyes, una actuación inmediata en ese sentido prohibiendo de una vez por todas tanta muestra de incultura y brutalidad como se sigue permitiendo.
Humans!
Hace 15 años
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